La memoria del lugar
“Para socorrer y extinguir á los mendigos […] se les ha de adoctrinar en la teoría de su profesión, […] para que en el decurso de un año ó 18 meses se ponga en estado de ganar la vida con el trabajo de sus manos”.
Eso era lo que hacía falta, según un informe de 1800, para atajar de raíz el rampante problema de la pobreza y la mendicidad. Y esa es la idea motriz agazapada en los orígenes sociales y arquitectónicos de la Casa de la Beneficencia. Una institución que nació de la confluencia de tres factores: la iniciativa del general Javier Elío de patrocinar, en 1815, la creación de un establecimiento asistencial; la promulgación de la Ley de Beneficencia de 1822 y, ya en 1835, la desamortización eclesiástica propiciada por Mendizábal.
En origen, el edificio de La Beneficencia fue un convento de agustinos, fundado en 1520 y ocupado posteriormente por religiosos franciscanos, dedicados a la veneración de la corona de espinas, de ahí el nombre de la calle Corona. En 1873 el edificio se ensanchó y reformó estructuralmente gracias al proyecto de Joaquín María Belda Ibáñez, en el que se ofrecían soluciones arquitectónicas consonantes con las nuevas ideas de control social e higienismo.
Destacaba en el proyecto, y sigue destacando, la construcción de la Iglesia de la Beneficencia, que adoptó y adaptó una decoración ecléctica (elementos neogriegos, neorrománicos, etc.) de estilo bizantino, muy de acuerdo con el nuevo arte religioso promulgado desde Francia por Téophile Gautier y llevado a la práctica por Léon Vaudoyer en la catedral neobizantina de Marsella (1856-1893).